Una mujer enamorada es tan peligrosa como una bala de revólver. Nada puede pararla. Pero puede ocurrir que se desvíe de su trayectoria por causa de algún obstáculo, por ejemplo, un teléfono que suena en plena noche, cuando sólo se reciben llamadas equivocadas o malas noticias, difícilmente las dos a la vez.
Por el otro lado del teléfono que Colette acaba de descolgar, la voz de un desconocido le pide un favor a modo de SOS : ir a buscar a su hijo y traérselo.
Esta era la llamada equivocada.
La mala noticia es que el pequeño, llamado Billy, al que Colette se dispone a recoger, ronda peligrosamente la edad adulta, desde los confines de la llamada edad « ingrata », edad en que se busca ávidamente el contacto, llevado por un deseo nebuloso y la incertidumbre de futuro. Futuro más incierto aún ya que pronto quedará huérfano y Colette no sabrá como desembarazarse de ese obstáculo que la apartó de su camino, un camino que le llevaba derecha al amor, a los vuelcos de corazón que dan brillo a los ojos. Son caminos, no obstante, que pueden resultar peligrosos y para los que conviene ser dos.